En realidad, esto ya no va de izquierdas y derechas, sino de conservar principios democráticos, libertades y dignidad. La ley de amnistía que pretende aprobar Pedro Sánchez solo anuncia tierra arrasada porque, mientras media España bosteza, la otra media se niega a morir. Y es así, si se le permite, cómo nace un dictador: entre aplausos, gritos y bostezos. Muchos bostezos. Dicho lo cual, ¿no llama a nadie la atención que estos procesos constituyentes de corte plurinacional se estén dando en exclusiva en naciones hispanas con líderes que portan en su solapa el roscón de la agenda globalista?
La aprobación de una amnistía resulta contraria a la constitución en su artículo 14 y a los postulados más elementales de un Estado democrático de derecho. Sin importar cuál sea su texto, se trata de una ley que pretende garantizar la impunidad de quienes cometieron delitos, entre otros, de rebelión y malversación de caudales públicos; con ello, la amnistía menoscaba la igual sujeción de todos los ciudadanos ante la ley. Ello genera una casta impune ante el imperio de la ley de los poderes públicos (art. 9.3). Y en Ferraz lo saben, porque hasta el 23 de julio electoral es lo que sostuvieron.
Además de inconstitucional por no tratar a todos los ciudadanos de igual manera ante la ley, es contraria a derecho europeo porque contraviene el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea que establece el Estado de derecho como uno de los pilares inamovibles de la unión y también el 19 sobre la independencia judicial. Como antecedente, ya en 2019, la Comisión Europea advirtió al presidente de Rumanía que este era inquebrantable. Y en Ferraz, los saben.
De la misma forma, una amnistía, sin importar los términos de esta, infringiría el artículo 7 de la Carta de Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, por el que "Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta declaración y contra toda provocación a tal discriminación." Este es el mismo artículo con el que, por ejemplo, se llenan la boca políticos y activistas para defender otras cuestiones de vulnerabilidad de inmigrantes y refugiados. Y en Ferraz, también lo saben.
Pero todo lo esgrimido acorde a derecho y a legalidad internacional importa bien poco porque, en realidad, lo que está en marcha es el deseo partidista -ergo totalitario- y de una minoría del 1% de una región que promueve un cambio de régimen mediante la promulgación de leyes habilitantes -pasando por encima de la soberanía nacional del pueblo- con objeto de caminar hacia un proceso constituyente de una república plurinacional que deponga la monarquía parlamentaria y su constitución de 1978. En otras palabras, se busca que España deje de existir tal y como la hemos conocido... (casos de procesos similares sobran: indaguen en los procesos venezolano y boliviano o, más recientemente, el de Chile que, tras un estallido social inducido, ya van dos procesos constituyentes tutelados por la ONU).
Pedro Sánchez parece estar dispuesto a todo. A estas alturas, ha demostrado que su ambición de poder es solo comparable al vértigo que provoca su vanidoso ego. La ley de amnistía que pretende aprobar solo anuncia tierra arrasada porque, mientras media España bosteza, la otra media se niega a morir. Y es así, si se le permite, cómo nace un dictador: entre aplausos obscenos de los propios, con gritos opositores desbordando las calles y por los bostezos de otros tantos que lo viven impasibles desde el cómodo sofá de su casa mientras se gasea a los manifestantes ("¡Qué se jodan -vociferan en redes sociales- que no son de los míos!" ... tal vez sea buen momento de recomendarles que lean el muy conocido poema de Martin Niemöller).
En realidad, esto ya no va de izquierdas y derechas, sino de conservar principios democráticos, libertades y dignidad. Hay poco margen para mantenerse neutral: "Los lugares más calientes del infierno -nos recuerda Dante Alighieri- están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral mantienen su neutralidad.” Obviamente, un ácrata confeso como yo que no edifica pensamiento desde ninguna trinchera porque no mira el mundo, necesariamente, desde el prisma político (que tampoco vota ni se afilia a ningún partido político español porque no valida la mentira del sistema actual), no puede ni debe permanecer callado. De tal forma, expreso en esta plaza pública mi más enérgico desprecio a los mercaderes democráticos que compran sus cuotas de poder en los bazares de la mentira, y quienes se arrogan privilegios por encima del imperio de la ley mientras venden patria al peor postor. Señalo aquí, pues, a esos que se parapetan tras palabras dignas y pancartas nobles sin ser ni dignos ni nobles, y quienes se camuflan detrás de causas justas para avanzar sobre la zafiedad de vendetas históricas albergando derroteros totalitarios.
España es diversa y rica. Nuestra diversidad es a la par nuestra mayor fortaleza tornada nuestra más profunda debilidad. Y, desde la política, se hace un nefasto papel para manejarla: El encaje constitucional del "café para todos" se ha probado un estruendoso fracaso. Llegado el momento y dada las circunstancias, deberemos ser los ciudadanos de a pie quienes tendremos que defendernos de quienes, sin dar palo al agua, se sirven de la política; de quienes usan a los ciudadanos para sacar beneficio político de la confrontación. Y ahí, lamentablemente, caben todos los colores políticos: El cainismo inducido por la clase política española se ha venido institucionalizando como herramienta de conquista de poder partidista y avance de estos sobre sus libertades ciudadanas. Uno no puede presentarse como solución cuando ha sido parte del problema: el caldo de cultivo lo han alimentado todos, desde Felipe González a Mariano Rajoy, pasando por José Luis Rodríguez Zapatero a José María Aznar, quienes pactaron con nacionalistas e independentistas por ambición política excusados bajo el manto de la gobernabilidad. La partitocracia española se encuentra en la base de todos los problemas de convivencia y hay que empezar a marcarles límites y mecanismos de control: un partido político no puede hacer lo que le plazca sin rendir cuentas a nadie. El asalto del Estado a la nación no es nuevo, pero sí se encuentra en un momento crítico, porque no ha pinchado en hueso sino en nervio.
Todas las protestas deben ser pacíficas. Respiren y traten de mantener algo de templanza, porque las concentraciones masivas en la sede del PSOE de Madrid en Ferraz y las convocatorias permanentes de manifestaciones a lo largo y ancho de España anuncian una ruptura muy grave en el tejido social. Los afectos y los puentes, a día de hoy, están rotos. Para apaciguar Cataluña, Sánchez ha decidido incendiar España. Puede estar buscando la excusa perfecta para declarar el estado de excepción. Por eso, hoy es más imprtante que nunca mantener la cabeza fría para evitar convertirse en meras marionetas políticas.
El problema de fondo es que, si finalmente se acaba aprobando la amnistía, no habrá paz social. Y si no se terminara de aprobar, se habrán sentado las bases para volverlo a intentar (recordemos que Hugo Chávez estuvo en la cárcel dos años antes de tiranizar Venezuela por más de una década). Aunque me temo que será en vano, esperemos que Antonio Sánchez Nerón desista de arrojar más leña al fuego; y que la oposición, por su bien y el de todos, sepa estar presente y mantenga altura de miras no partidistas porque, como prueba la historia, la vida da muchas vueltas.
Hablando de vueltas, se me hace inevitable recordar a Joaquín Sabina, de quien jamás se me habría ocurrido si quiera imaginar que un día asumiría en público cómo "el fracaso del comunismo ha sido feroz, la deriva de la izquierda latinoamericana me rompe el corazón justamente por haber sido tan de izquierdas, ahora ya no lo soy tanto porque tengo ojos y oídos y cabeza para ver lo que está pasando, y es muy triste lo que está pasando." Por mi parte, mirándolo desde otro plano, tras escuchar a uno de mis cantautores favoritos desde la infancia, asumo que los tiempos han cambiado tanto que muchos españoles, en su acervo visceral de herencia antifranquista por rechazar a la Iglesia, han pasado de adorar becerros de oro a borregos endiosados que profesan la religión del Estado, mimetizándose así con el franquismo que tanto detestan: son estos los nuevos macarras de la moral, quienes...
"...te acosan por la vida, azuzando el miedo. Pescando en el río turbio, del pecado y la virtud. Vendiendo gato por liebre, a costa de un credo que fabrica platos rotos, que acabas pagando tú. Son la salsa de la farsa. El meollo del mal rollo. La mecha de la sospecha. La llama de la jindama. Son el alma de la alarma. Del recelo del canguelo. Los chulapos del gazapo. Lo macarras de la moral. Anunciando el apocalipsis, van de salvadores. Y se les dejas te pierden, infaliblemente. Manipulan nuestros sueños y nuestros temores. Sabedores de que el miedo, nunca es inocente. Hay que seguirles a ciegas y serles devoto. Creerles a pies juntillas y darles de la razón. Que el que no se quede quieto, no sale en la foto. Quien se sale del rebaño, destierro y excomunión..."
Más allá de la ambición trasnochada del aspirante a dictador, lo que se vive en las instituciones y las calles estas semanas es también consecuencia de lo que ocurre cuando el Jefe del Estado cede a presiones, cometiendo el error de asignar la formación de gobierno al perdedor de las elecciones -primera vez que sucede en España desde la restauración de la democracia- en lugar de disolver las Cortes: conociendo bien al personaje que proponía para ser investido, ampararse en una tradición democrática habría sido más oportuno que establecer una peligrosa excepción que abre de par en par la puerta al caos desintegrador del Estado.
Llegado el momento, sería importante reflexionar sobre cómo la palabra de un mentiroso patológico y sociópata sin escrúpulos, sumada a las de un prófugo de la justicia, puede llegar a convertirse en ley con un gobierno en funciones; aunque dicha ley signifique un salto al vacío de la historia que pone fin al Estado de derecho en España y, con ello, se dé la puntilla a una democracia de ciudadanos iguales ante la ley. Tal empresa, sin embargo, deberá posponerse para ocuparse antes de lo urgente: pararles los pies a los nuevos macarras de la moral y marcarle límites a los amantes de la religión del Estado.
Dicho todo lo cual, no me resisto a acabar esta columna compartiendo una pregunta con el lector que invita a la investigación: ¿No llama a nadie la atención que estos procesos constituyentes de corte plurinacional se estén dando en exclusiva en naciones hispanas con líderes -Rey Felipe VI, gobernantes y opositores incluidos- que portan en su solapa el roscón de la agenda globalista? (Dejo esta puerta abierta...).
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