El pujante auge de los BRICS, en el actual escenario geopolítco, plantea la posibilidad cada vez más certera de una ruptura de la economía global en dos bloques: aquel que optraría por mantener el Statu Quo del dólar como divisa (occidente y el norte global) y otro (oriente y el sur global) que trataría de reemplazarlo por una nueva moneda, sea física o digital, tal vez, resultante de la convergencia entre el Yuan chino y el Rublo ruso con respaldo en oro y, entre otros, también en diamantes africanos.
El pasado 22 de diciembre de 2022, en respuesta a las sanciones de EEUU y Europa, Rusia dio inicio a la desdolarización de su economía pasando a realizar transacciones en la divisa china. En aquel momento, la participación del renminbi aumentó del 1% al 40-45% en 2022 en el mercado de divisas de Moscú, llegando a reducir su dependencia del dólar del 80% al 40% en tiempo récord. Desde entonces, soslayado por el enquistamiento de la guerra con Ucrania, la tendencia ha seguido su curso acentuándose.
Según el Sistema de la Reserva Federal (es decir, el banco central semi privado de EEUU), el dólar está involucrado en alrededor del 80% del comercio mundial, y representa aproximadamente el 60% de las reservas internacionales divulgadas a nivel mundial; igualmente, en un informe publicado en marzo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió sobre una “erosión del dominio del dólar”. El FMI señaló que el uso del yuan chino en las reservas de los bancos centrales del mundo ha aumentado, mientras que la cantidad de dólares estadounidenses se redujo de aproximadamente el 70% ya desde el año 2000 a menos del 60% en 2021.
A la cooperación económica entre Rusia y China, hay que añadirle la de un bloque de seguridad oriental, en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) para el Asia-Pacífico, cuyo objeto es desplazar la influencia occidental de la OTAN en la región. En tal sentido, Li Shangfu, uno de los hombres fuertes del círculo de poder del presidente Xi Jinping, respaldó recientemente a Rusia en torno a la incierta contraofensiva ucraniana. Mientras siguen cayendo bombas y la OTAN se refuerza con la incorporación de Finlandia y Suecia, Moscú y Pekín ya miran a África como el próximo escenario de confrontación; de ahí que Washington y Bruselas estrechen sus lazos con Marruecos, a modo de forja de un cinturón de contención occidental. Como vemos, las sanciones económicas a Rusia tras su invasión de Ucrania ha abierto el tablero geopolítico a cuestionar el orden internacional en otros ámbitos.
Por lo anterior, en realidad, hablar de economía mundial es incidir forzosamente en geopolítica e historia, una suerte de geocultura política de los intereses económicos, porque estas siempre vienen de la mano para explicarse la una en los intereses y las lecciones de las otras. El petrodólar [1] es buen ejemplo de ello, y Sadam Huseim en Iraq y Gadafi en Libia nos ofrecen dos casos prácticos en la historia de qué ocurre a un país rico en recuersos cuando anuncia su intención geopolítica de desdolarizarse. Y es que, para los dirigentes de la angloesfera, aquella máxima de Mayer Amschel Rothschild sigue estando muy presente a la hora de mantener su hegemonía de proyección occidental: "Dadme el control del suministro de dinero de una nación y no me importará quién haga sus leyes." En tal sentido, pareciera lógico advertir que cualquier intento disruptivo sobre el control del suministro de dinero en la divisa actual, abrirá la ventana a medio plazo de un conflicto de alta intensidad, eufemismo en el argot militar para referirse a una guerra total sin que cause alarma social.
Ciertamente, el tema de la desdolarización está lejos de ser nuevo y encuentra serios planteamientos ya a raíz de la crisis finaciera de 2008. Sin embargo, el pujante auge de los BRICS, en el actual escenario geopolítco, plantea la posibilidad cada vez más certera de una ruptura de la economía global en dos bloques: aquel que optraría por mantener el Statu Quo del dólar como divisa (occidente y el norte global) y otro (oriente y el sur global) que trataría de reemplazarlo por una nueva moneda, sea física o digital, tal vez, resultante de la convergencia entre el Yuan chino y el Rublo ruso con respaldo en oro y, entre otros, también en diamantes africanos.
Sobre los datos, la desdolarización presenta un horizonte lejano ya que el dólar y el euro han mantenido una cuota estable de facturación comercial en torno al 40-50% en las últimas décadas. Además, JPMorgan indica que los avances en la internacionalización del yuan han sido limitados. La moneda china representa el 2,3% de los pagos SWIFT frente al 43% del dólar y el 32% del euro.
Sea como fuere, sin duda, aunque se ha comunicado que no se tratará directamente, la desdolarización será un asunto que sobrevuele toda la agenda de la XV Cumbre de los BRICS que tiene lugar esta semana en Sudáfrica del 22 al 24 de agosto. En ella se reune a más de 40 jefes de Estado que ya han mostrado su predisposición a adherirse al bloque. Entre los que han presentado su solicitud oficialmente se encuentran Argentina, Turquía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Senegal, Argelia, Etiopía, Irán e Indonesia. Deberemos estar atentos.
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[1] A partir de la década de 1970, la Reserva Federal de los Estados Unidos decidió abandonar el patrón oro. Tras su abandono, la buena relación de Estados Unidos con los principales productores energéticos, le regresó la hegemonía con el surgimiento del petrodólar, y desde entonces hemos utilizado esta moneda en todas las transacciones internacionales.
