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  • ¿Quo vadis, Europa? Multiculturalismo, Estado-nación y lógica globalista

    July 7, 2023
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    Las protestas violentas por el asesinato de Nahel pueden suponer el síntoma –no la enfermedad– de un conflicto mayor entre el Estado –el poder– y la nación –la ciudadanía–.

    Imagen: Scape.

    Francia arde, Europa dormita. La izquierda señala la pobreza y el racismo como factores desencadenantes. La derecha culpabiliza a la inmigración y al fracaso de integración musulmana en una nación laica. Lo primero rezuma clasismo, lo segundo supone presentar el síntoma como enfermedad. Ambos análisis simplifican la complejidad del asunto en exceso. Mientras tanto, el Presidente Macron –haciéndose el ciego, sordo y ya convertido en caricatura– responsabiliza a los videojuegos, a los padres y a las redes sociales: osea, el yupi de Elton John nos mea encima y dice que llueve; y, además, sabe que lo hace sobre mojado.

    Siempre conviene hacer memoria –cosa que ni Francia ni Europa tienen por costumbre– para que el árbol no tape el bosque, y para que la irracionalidad no nuble la vista por doquier. No fue esta la primera vez –ni será la última– que arda Francia, ni tampoco Europa. El antecedente directo con mayor similitud a lo vivido este verano en Francia lo encontramos en 2005. En octubre de aquel año, los disturbios y quema de coches se iniciaban cerca de París, extendiéndose al resto del país y a otras ciudades de Europa. [1] Aquellos altercados comenzaron tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano en Clichy-sous-Bois (banlieue situado al este de París). Ziad Benna (17 años) y Bouna Traoré (15 años) fallecieron electrocutados al trepar a una subestación eléctrica para huir de la policía. Tras el luctuoso acontecimiento, el desorden público y la violencia se extendieron hasta mediados de noviembre. Las declaraciones del entonces Ministro de Interior Nicolas Sarkozy tampoco ayudaron a calmar las protestas al llamar escoria a los manifestantes. El resultado fue de19 noches de disturbios, 8 700 coches quemados, y más de 2 700 arrestos.

    Imagen satelital de áreas de París afectadas por los disturbios hasta el 4 de noviembre de 2005. Creative Commons CC BY-SA 3.0

    En lo sucesivo, el choque interétnico, religioso y multicultural en territorio galo nos retrotrae a noviembre de 2015 con el viralizado ataque al Teatro Bataclán (90 muertos y múltiples heridos), y a enero de ese mismo año por el ataque al satírico Charlie Hedbo (12 personas asesinadas y 11 heridas). Hoy mismo, 8 de julio de 2023 y tras una semana de ira por el homicidio de Nahel, los disturbios se reavivan en París por las concentraciones no autorizadas en torno a la marcha anual que conmemora la muerte de Adama Traoré (muerto en custodia policial en 2016). [2]

    Sin embargo, me pregunto: ¿por qué lo llaman crisis nacional cuando quieren decir nueva normalidad? Sin rehuir el cierto poso de verdad en un cada vez más enquistado conflicto interétnico y religioso en la construcción social de la multiculturalidad europea (una encuesta de Pew Global revela que un 42% de musulmanes en Francia se sienten ante todo musulmanes, ni francés ni europeo), [3] las protestas violentas por el homicidio de Nahel pueden suponer en realidad tan solo el síntoma de un conflicto mayor entre el Estado –el poder– y la nación –la ciudadanía–. De lo contrario, ¿cómo se encajan las protestas por la reforma agraria que paralizó Francia en 2019 en un marco de conflicto multicultural? ¿cómo entender en dicho marco de análisis el fenómeno de los Chalecos Amarillos? ¿y cómo explicar, entonces, que tan solo hace unas semanas Francia yaciera en llamas por la reforma de las pensiones? El campo, los jubilados y las banlieues tienen en común haber recibido el impacto de políticas globalistas que ponen en jaque la tradicional construcción del Estado-nación europeo y su relación con el ciudadano, así como ponen de manifiesto la orquestada demolición del modelo de sociedad del bienestar europea surgida tras la Segunda Guerra Mundial.

    La globalización y sus avances tecnológicos –redirigidas a la sazón por agendas trasnacionales intrusivas y por los intereses corporativos tanto del gran capital como de fundaciones supuestamente filantrópicas– han desbordado los marcos nacionales, transformado sus fronteras en paredes transparentes y porosas. A diferencia de épocas pasadas, hoy todo se ve y se oye con inmediatez desde el otro lado del mundo. También la movilidad se hace más fácil que nunca. Y ante la esterilidad inducida del Estado para atajar los problemas sociales, a la política le resulta más fácil hablar de racismo, identidad nacional e inmigración que emprender profundas reformas, pues ello solo les requiere acudir a palabras huecas y soflamas manidas en lugar de acciones. Ello resulta en una teatralización que infantiliza la acción social impidiendo cualquier solución real. De esta manera, el debate se torna identitario, desatendiendo y ocultando la cuestión de fondo: la suplantación del tradicional Estado-nación por un poder transnacional tutelado por élites globalistas al tiempo que se fomentan identidades flotantes, desarraigadas de toda sujeción local e histórica.

    Además, como venimos advirtiendo algunos desde hace lustros, el actual revisionismo del modelo multicultural se encaja en un contexto de reordenamiento geopolítico, de maximización de recursos y de reforzamiento extremo de las políticas de securitización de las fronteras:

    Apenas una década después del colapso financiero y cuando el mundo aún trata de recuperarse social y económicamente, se desencadena la pandemia de la Covid-19 (oficialmente declarada el 11 de marzo de 2020). Se aúnan así, a escasas dos décadas del inicio de siglo, una crisis de seguridad y estabilidad geopolítica con otras dos de carácter económico-sanitaria. Asimismo, desde 2021, podrían estar sumándose una crisis de carácter energético con otra de discontinuidad en la cadena de suministros de bienes y servicios. Además de todo ello y de la persistente amenaza del yihadismo, como ocurriera durante la Guerra Fría (1947-1989), el mundo vuelve ahora a ser tan multipolar como inestable por el auge acelerado de China y Rusia … Asimismo, causa del multiculturalismo y la globalización, la blanquitud se ve inmersa en la percepción de pérdida de la nación como sinónimo de hogar y seguridad al tiempo que propicia la reaparición de populismos y movimientos identitarios que reclaman un uso distinto de los recursos y las fronteras. Al mismo tiempo, entre otros descontentos varios, la ‘sociedad mayoritaria’ también se revela ante el deterioro de la piedra angular de las democracias liberales denunciando, a un lado, la erosión en la libertad de expresión y, al otro, cuestionando el reemplazo iliberal de algunos derechos individuales por derechos grupales … Para sus críticos, el multiculturalismo –en su vertiente contemporánea iliberal y globalista– politiza las minorías restando su autonomía y estereotipando sus relaciones interculturales, genera la autosegregación cultural de carácter autorreferencial, que los condena a la marginalidad, socava la cohesión social, y potencia la fragmentación de la identidad nacional.[4]

    La lógica globalista es simple: lo nuevo nace del borrado y superación de lo viejo, y toda reconstrucción viene precedida de una destrucción. Tabula rasa como ritualística del progreso: Lo nuevo es bueno, lo malo viejo. Resistirse a ello es retrógado y ultra, entregarse al (retro)progreso es cool. Maniqueismo pueril. Mera mascarada para el idealizado desierto de lo real, donde la polarización identitaria potenciada por las élites –de uno y otro sino– se convierte en el martillo globalista con el que hacer implosionar la unidad de las naciones. El tablero geopolítco sigue girando, hoy es Francia, también Ucrania, ayer bien pudieron serlo España, Chile o Estados Unidos, mañana está por venir. Habrá que estarse alerta. Nada está escrito. Puede tocarle a cualquiera.


    [1] Los acontecimientos y disturbios de 2005 han sido ampliamente analizados. Véanse, por ejemplo, los estudios elaborados por Jocelyne Cesari Ethnicity, Islam, and les banlieues: Confusing the Issues en 2005 y por R. Canet, L. Pech, M. Stewart “France’s Burning Issue: Understanding the Urban Riots of November 2005.” (SSRN, SSRC, 2008).

    [2] Consúltense Ruptly.tv y RFI acerca de la marcha anual en conmemoración e Adama Traoré y los disturbios desencadenados.

    [3] Véase Thompson, Wayne C. The World Today Series 2020-2022. Western Europe. 39th edition. Lanham: Rowan & Littlefield, 2021. p.74 (También, como ejemplo, puede ver este vídeo que se hizo viral durante los disturbios de 2023: https://twitter.com/JMPersanch/status/1675157750232367106)

    [4] Hace tan solo un año, coedité un dossier sobre el multiculturalismo y gestión de la diversidad para la revista académica Procesos Históricos. Revista de Historia (número 41, enero-junio, 2022, Universidad de Los Andes, Mérida. pp. 26-216). El fragmento citado corresponde a parte del contenido de mi ensayo “Multiculturalismo imaginado, blanquitud racializada,” publicado en dicho dossier tanto en español como en inglés.

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    Autor

    JM. Persánch

    Doctorado por el Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte en la Universidad de Cádiz y PhD por the University of Kentucky en Estudios Hispánicos. Hoy es profesor con amplia experiencia, investigador reputado, conferenciante y analista. No edifica pensamiento desde ninguna trinchera. Le interesa comprender cómo operan las estructuras de diferenciación y cómo se replican los procesos de legitimación en sociedades contemporáneas. Editó el primer dossier académico aparecido sobre blanquitud hispana en el campo de los estudios hispánicos. Ha publicado extensamente sobre el asunto, así como acerca de temas raciales, étnicos, y afrohispanos. También indaga en el campo de la fantasmática. Entre otros proyectos, está trabajando en dos libros. Amante del carnaval de Cádiz.
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