De niño me fascinaba el baloncesto y, de hecho, se me daba mejor que el fútbol. Mas preferí el fútbol y he ahí lo que fue una mala decisión para mí, siendo que a estas alturas de la película, ya no tiene mucho remedio.
Sea como fuere, entre los 80 y los 90 del pasado siglo XX, en España no había demasiadas opciones de ver los partidos de la NBA; justo en la época que, como dice Charles Barkley, gracias a Larry Bird y Magic Johnson, la historia del baloncesto cambió para siempre. Por ello, todo lo que concerniera a la NBA lo seguíamos como quien descifra un arcano milenario, con un entusiasmo que encogía el corazón, a tal punto que gracias a los recuerdos, esa sensación se repite mientras escribo este artículo.
Y así, mi infancia fue caminando desde las míticas finales entre los Celtics y los Lakers hasta el Dream Team que ya fue coronando como rey absoluto a Michael Jordan; aquel mítico equipazo que exhibió la perfección en las olimpiadas de Barcelona´92, dejándonos boquiabiertos a todos los aficionados.
Sin embargo, con todos mis sinceros respetos para Jordan y para tantos otros genios de este deporte, mi ídolo absoluto era Larry Bird, en aquellos Boston Celtics donde también contaban mucho Kevin McHale y Robert Parish, entre otros.
Cierto es que al ver a Kobe Bryant QEPD, volví a sentir algo de aquella magia que buscaba y saboreaba siendo niño. La tragedia de aquel accidente me devolvió a la infancia de una solemne bofetada.
Y resulta curioso que conforme fue avanzando mi adolescencia, fui dejando de lado tanto el baloncesto como mi afición a los cómics, sin saber exponer razones concretas para ello.
Pero bueno, volviendo a Larry Bird, el rubio de Indiana era la inteligencia personificada y el rey de los triples. No he visto nunca a un tipo sacarse tanto partido y hacer tanto bien a un equipo. Su número 33 y aquella chaqueta de los Boston Celtics franqueada por tréboles de regusto irlandés me subyugaba; y fui muy feliz cuando me regalaron una camiseta con su número y su apellido grabados cual marca totémica. Tanto me ha perseguido a lo largo de la vida esa sensación de niño que el pasado 13 de junio, esto es, el día de San Antonio de Padua, me compré esa misma y ochentera camiseta. Y no en vano, al ponérmela, viajo en el tiempo, palpando desde el corazón aquellas emociones y sensaciones que me llevaron a sueños que no se hicieron realidad, pero que siempre permanecieron con alegría, inocencia e ilusión.
Al cabo de los años, intento retomar la afición al baloncesto pero mi mente se sigue yendo a los 80 y a los 90. La verdad que, aun siendo un gran espectáculo deportivo, no termina de convencerme del todo la forma actual de jugar, especialmente con esas defensas tan flojas (compárese lo que era jugar contra los “Bad Boys” de Detroit…); sin desmerecer, por supuesto, las grandes figuras que irrumpen y nos hacen disfrutar de la competición.
Con todo, cada vez que me ponga la camiseta de Larry Bird, viajaré en el tiempo extrayendo un par de moralejas:
1)Hay que tener cuidado con las decisiones que uno toma, porque te pueden marcar de por vida.
2)Sea como fuere, por más que uno se caiga, hay que levantarse. Y si la vida es sueño, como decía Calderón de la Barca, pues habrá que luchar por y para que los sueños se hagan realidad, motivándose a través de aquello que nos da energía para elevarnos.
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