Mediante el devenir del casting inclusivo, la producción de parte de la cultura ha dejado de favorecer una norma representacional eurocéntrica en occidente, racialmente mediada por los cánones de la blanquitud, su tradición universalista y visión del mundo como orden natural de las cosas. En tal sentido, el medio audiovisual profiere hoy una mirada –o codificación cultural– crecientemente oposicional frente a las narrativas clásicas, desafiando con ello "regímenes de verdad" naturalizados.
La cuestión de la representación en la pantalla y las dificultades que enfrentan tradicionalmente en los medios audiovisuales los actores de comunidades étnicas minoritarias para verse reflejados en una luz positiva han sido –y siguen siendo– discutidas hasta la saciedad tanto en el seno de la industria del cine como en círculos académicos.
Ya en 1992, bell hooks se preguntaba: “¿Desde qué perspectiva política soñamos, miramos, creamos y actuamos? Para aquellos de nosotros que osamos soñar diferente, que nos apartamos de las maneras convencionales de ver la negritud y a nosotros mismos, sobre la temática racial y respecto al asunto de la representación como una cuestión que no sea solo la de criticar el statu Quo.”[1] En busca de una respuesta, desarrolló el concepto de "imperialismo visual," con el que se referiría a la imposición de imágenes y perspectivas dominantes por parte de grupos con poder sobre aquellos que son marginados. Como solución, abogó por una representación más diversa, auténtica y empoderadora que reflejara la complejidad y diversidad de las experiencias de las personas de diferentes géneros, razas y clases. En el centro de su discurso situó la necesidad de desafiar y transformar las narrativas y las imágenes que nos rodean para lograr una sociedad más equitativa y justa.
En la misma línea, Stuart Hall –un influyente teórico cultural y crítico social británico, conocido por su trabajo en el campo de los estudios culturales– realizó importantes contribuciones en áreas como la comunicación, la cultura, la identidad y la representación. En sus postulados teóricos, Hall desgranó cómo los medios de comunicación y otros discursos culturales construyen significados y unidades de sentido para la sociedad que se convierten en "regímenes de verdad." En su planteamiento de base, Hall argumentaba que la representación no es –ni puede llegar a ser– una copia de la realidad en sí, sino que, más bien, supone una construcción activa de significados moldeados por factores sociales, políticos y culturales. Ello significa que las representaciones pueden distorsionar o simplificar la realidad, reflejar prejuicios y estereotipos, así como modelar la forma en que las personas comprenden el mundo que las rodea. En definitiva, Hall defendió que la representación es un proceso complejo y políticamente cargado que incide en las relaciones de poder.
Hoy, los postulados de hooks y Hall se han abierto paso dentro de la industria y, mediante el devenir del casting inclusivo, la producción de parte de la cultura ha dejado de favorecer una norma representacional eurocéntrica en occidente racialmente mediada por los cánones de la blanquitud, su tradición universalista y visión del mundo como orden natural de las cosas. En tal sentido, el medio audiovisual profiere hoy una mirada –o codificación cultural– crecientemente oposicional frente a las narrativas clásicas, desafiando con ello "regímenes de verdad" naturalizados. El concepto de casting inclusivo, tan en boga y presente, en especial en Disney y en plataformas de streaming como Netflix –con apoyo y producciones, entre otras personalidades, de Oprah Winfrey, Barack y Michelle Obama–, forma parte de esa mirada.
El casting inclusivo se define como la práctica de seleccionar y contratar a actores y actrices que pertenecen a diversos grupos étnicos, géneros, orientaciones sexuales, edades, discapacidades u otras características sobrepresentadas en la industria del entretenimiento. Este responde a la idea de reflejar de manera más precisa y equitativa la diversidad de la sociedad en las producciones audiovisuales. Su objetivo final es crear un espacio en la industria del entretenimiento donde las diversas voces y experiencias puedan ser escuchadas y representadas de manera justa y auténtica. En tal sentido, sus fundamentos teóricos se basan en principios de diversidad, con objeto de neutralizar y desmantelar estereotipos de toda índole y condición. Busca una igualdad de oportunidades –paradójicamente– independientemente de su origen étnico, género, orientación sexual. Aspira a proyectar autenticidad en las narrativas y personajes presentados en las producciones. Todo ello podría tener un impacto positivo en la percepción social respecto de la diversidad al ver a personas de diferentes orígenes en roles protagónicos, generando comprensión y empatía hacia diferentes experiencias de vida. En definitiva, sus promotores defienden que dicho modelo de casting contribuye a derribar barreras y prejuicios.
Algunos ejemplos de casting inclusivo de relevancia y gran éxito podrían ser The Princess and the Frog (2009), Moonlight (2016), Moana (2016), Coco (2017), A Wrinkle in Time (2018), Black Panther (2018) y Wakanda Forever (2022), Roma (2018), o las series Sense8 (2015-2018) y la archiconocida Orange is the New Black (2013-2019). Otras adaptaciones más recientes, sin embargo, han levantado ampollas y no han sido bien recibidas bajo un manto de acusaciones de apropiación cultural y falsificación de la historia. Este sería el caso del documental Cleopatra (2023) –producido por Jada Smith– que llevara a su prohibición en Egipto porque atañe a la identidad nacional y resultante en la demanda de dicho país a Netflix por falsificación histórica. De igual forma, la ruptura con representaciones originales icónicas del cine clásico ha causado gran revuelo. Por ejemplo, la reacción contra la readaptación de La Sirenita (2023) –interpretada por Halle Bailey, una actriz negra– ha sido notable.
Mientras que estas dos últimas producciones han sido las más sonadas a causa del repudio que despertaron, en realidad encontramos muchos casos, también recientes, de menor impacto en la sociedad. Dado que la lista empieza a ser inabarcable, citaremos solo un par: la Ana Bolena (2021) de HBO o el Julio César (2019) —interpretado por Eddie George en una obra teatral— encajan en esta tendencia.
Por un lado, más allá de críticas a la falta de historicidad y apropiación cultural de personajes clásicos, también subyace la percepción de oportunismo de la industria audiovisual y tokenismo racial; especialmente cuando se utiliza como una estrategia de marketing o para aprovechar tendencias culturales y sociales en lugar de suponer un compromiso genuino con y por la diversidad. En definitiva, como ya esgrimiera en otra publicación, "la distorsión en la representación de la historicidad sirve como término operativo dentro de un proceso político que busca extender visibilidad y legitimidad."[2]
Por otro lado, presenciamos a una resistencia al cambio cultural en un segmento poblacional que lo siente como un ataque a la tradición y a su propia identidad. Esto es especialmente cierto cuando se cambian las características de personajes icónicos (por ejemplo, cambiar la raza o género), toda vez que no se acepta la ruptura del afecto por narrativas e historia naturalizadas como parte de sus infancia e identidad. Tales serían los casos tanto de la ya citada ‘Sirenita negra,’ como de la futurible Blancanieves live-action –interpretada por Rachel Zegler, una actriz hispana– sin sus siete enanitos, con fecha de lanzamiento en marzo de 2024. En lugar de los enanitos, se prevé la irrupción de siete personajes nuevos de los que solo uno mantendría baja estatura. Según anunció la productora, los enanitos clásicos pasarían a ser criaturas mágicas análogas a los hobbits ideados para la saga de El señor de los anillos o a los trolls de la exitosa Frozen (2013). Además, estos vendrían a representar distintas etnias, culturas y –previsiblemente– identidades de género. En otras palabras, del Blancanieves clásico solo quedará el nombre.
En boca de sus detractores, este tipo de inclusión forzada provoca exclusión y discriminación inversa y supone una usurpación cultural, al tiempo que no aborda necesariamente la falta de oportunidades para actores y actrices de grupos minoritarios. Asimismo, en cualquier caso, dicha inclusión no garantiza una representación precisa y respetuosa de todas las identidades porque, entre otros aspectos, las identidades de las comunidades que se pretenden representar no son jamás monolíticas. El conflicto representacional respecto a una forma identitaria siempre existe (y persiste dinámicamente) al interior de los propios grupos sociales.
Sea como fuere, todo parece indicar que la tendencia aquí apenas esbozada se agudizará en los próximos años al ritmo del progresivo avance de la condicionalidad de acceso a fondos y financiación por cumplir con códigos y baremos de creditaje ESG (Environmental Social Governance).
[1] La traducción del original es mía para el ensayo ¡Qué no! ¡Qué no! ¡Qué no nos representan! … publicado por la Universidad de los Andes en Procesos Históricos, núm. 31, 2017.
[2] Véase "Identidades fantasma: alteridad étnica y regional en Las cartas de Alou, Catalunya Über Alles! y Flamenco," en Agentes de cambio: Perspectivas cinematográficas de España y Latinoamérica en el siglo XXI. (Eds. Fátima Serra de Renobles y Helena Talaya Manso, Editorial Pliegos, 2014). pp. 136-161.