No hace mucho que nos dejó el actor Carl Weathers, cuyo papel en las películas de Rocky ha marcado generaciones.
En estos días, lógicamente, se recuerda su profundo y curioso bagaje desde sus inicios en el fútbol americano hasta su llegada al mundo de la actuación, saliendo a la luz “Depredador”, “Mandalorian” y otros ilustres títulos. Pero para mí y para muchos más, sin desmerecer lo demás, Carl Weathers siempre será Apollo Creed; aquel boxeador de arte y potencia que nos recordaba a Mohamed Ali y que, aun siendo arrogante, chulo, soberbio y bromista, sin embargo, era capaz de reconocer cuando alguien se esforzaba y le ponía el listón alto, llegando a ser amigo y entrenador de aquel “potro italiano” que por casualidades de la vida llegó a estar entre los grandes; pero que esas casualidades (o más bien providencias) nunca hubieran fructificado sin el esfuerzo, el sufrimiento y la perseverancia que se deja ver en aquellas míticas películas.
Apollo Creed supo ser maestro y discípulo y su trágica muerte fue uno de los muchos estrambóticos y publicitarios episodios de una Guerra Fría que algunos no se enteran que forma parte del pasado.
Con todo, si bien aquellas películas no fueron un dechado de rigor técnico en cuanto a boxeo se refiere, sí que nos dejaron personajes que pasan a la posterioridad gracias a ese mundo de la ficción que a veces se vuelve tan real que nos dificulta distinguir. Aunque también es verdad que la realidad siempre acabando a la ficción.
El caso es que Carl Weathers formó parte de nuestras vidas gracias a “Rocky”. Nos mantuvo en vilo, nos hizo reír, nos hizo soñar, nos hizo entrenar y nos hizo llorar. Y por muchos mandalorianos y depredadores que reivindiquen con lógica y legitimidad su legado, para mí siempre será Apollo Creed, el campeón que boxeaba bailando y presumiendo y que llevó a aquel tío humilde de Filadelfia a Los Ángeles y luego en su nombre llegó hasta Rusia.
¡Que suene y resuene su memoria siempre con buena música ochentera (valga la redundancia)!