Hoy se cumple el terrible y cuarto aniversario de la muerte de Kobe y Gianna Bryant en aquel fatídico accidente de helicóptero, en aquel maldito 2020 en el que mundo cambió y no precisamente para bien; aunque la cosa ya venía de antes.
Con todo, hoy, 26 de enero, es un día de memoria y emoción y quisiera explicar por qué:
Como ya adelanté en alguna que otra ocasión (1), el haber dejado mi afición al baloncesto aún en la adolescencia fue una mala decisión; acaso, una de las primeras malas decisiones que tomé en la vida y que, haciendo balance al cabo de los años, más me han pesado; sintiendo desde hace tiempo una suerte de ucrónica nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue; no porque yo hubiera llegado a jugar en la NBA; pero sí porque, desde luego, tenía más actitud y aptitud para el baloncesto que para un fútbol que cada día más me aburre y menos comprendo, aunque ya estoy criado y seguiré los partidos de mi Sevilla hasta la muerte, que si bien me ha dado alegría, también tengo mis disgustos en lo alto.
Seguramente, el baloncesto me hubiera aportado más disciplina y satisfacciones. Con todo, ese vacío tan grande que hay en mí confunde la adolescencia con la adultez y se relaciona con que, al tiempo que fui abandonando mi afición por el baloncesto, también fui dejando mi afición por los tebeos y eso que malamente llaman algunos "literatura menor", siendo que desde hace poco me estoy reencontrando con la obra de Robert E. Howard, más conocido por su arquetípico personaje, Conan.
Así, el caso es que ese vacío angustioso palpitó con estruendo el día que supe la fatal noticia, como si un místico toque de atención quisiera mostrarme lo mucho que me he perdido al mismo tiempo que me señalaba el camino en el que reencontrarme.
¿Qué puedo decir de Kobe Bryant como jugador? Los números no mienten. Pero más allá de los números, su carisma arrollador, su carácter competitivo, su esfuerzo constante sin conocer la rendición; eso es lo que contagiaba a un equipo y a una afición; más allá de la clase, la técnica y los puntos, que de eso tenía muchísimo y todo se complementaba.
Kobe Bryant, sin duda, transmitía el entusiasmo por este gran deporte que, si bien hoy está obsesionado con los triplistas y se ha olvidado un poquito de defender (y no digamos como se hacía entre los 80 y los 90 del pasado siglo), no deja de ser una completa exigencia de concentración, intensidad, mentalidad y capacidad física. Un deporte que se nos abre como completísimo espectáculo para comprenderlo como logro de equipo, por más que brillen las lógicas individualidades.
Y la memoria y la emoción que transmitía Kobe es la que ha conservado mi amigo Edu Riego, que con mucho más tino que yo, ha seguido todos estos años disfrutando merecidamente de aquello que inventara un profesor canadiense a finales del XIX; Edu al que le brilla la mirada cuando habla de los buenos tiempos de Black Mamba y Pau Gasol.
Kobe era un gran personaje, en el mejor sentido de la palabra. Católico, amante de la cultura “latina” (tanto la itálica como la hispana, por sus vivencias), aficionado al fútbol, deportista nato; superó las vicisitudes que se le fueron presentando en la vida con fe y con vocación de familia; como un padrazo carismático que adoraba a su Gianna y cuyas cómplices miradas se reflejaban en las canchas, provocando la admiración de propios y extraños; válgannos Luka Doncic y tantos otros al respecto.
El fatal día, tanto Kobe como Gianna asistieron a misa y comulgaron. Que no es poca cosa y más para como está un mundo que cada vez entiendo menos. Y cada vez que repaso aquellas fotos y aquellos vídeos de ambos, un nudo se apodera de mi garganta y no puedo evitar sentir algo familiar.
De hecho, llevaba varios días con muchas ganas de ver vídeos suyos en particular y de la NBA en general. Cuando ayer me dio por bichear y divisé la fecha (la cual no recordaba, lo juro), se me encogió el corazón, como si el recuerdo repentino de la pérdida de alguien conocido se atravesara para dar un aldabonazo en la puerta de la mala memoria.
Así las cosas, seguiré intentando reencontrarme en el baloncesto y más allá gracias a estas buenas referencias. Porque, parafraseando a un tal Gaudí, seguiré este camino original volviendo al origen.
Gracias por tu eterna referencia de baloncestista y padrazo, Kobe.
NOTAS
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