Aunque siempre debió ser cierto, creo que, especialmente en un mundo tan desquiciado como el actual, es buen momento para reafirmarme en que uno debería aprender de pequeño en la escuela que la patria es el vientre y los ojos de tu madre, la ley los silencios y gestos de tu padre y las fronteras que más importan las nubes del barrio de tu infancia.

Llevaba unas semanas pensando si sería bueno, o si le serviría de algo a algún lector o amigo, que le ofreciera algunas reflexiones basadas en mi Microdiario de un insomne para ser leidas en voz alta (libro mío inédito con fragmentos disponibles en Facebook); pero, de hacerlo, traerlas ampliadas luciendo nuevas galas para la ocasión y, como si le diera consejos a un hijo para que este no cometiera mis errores o, simplemente, como testimonio egoista para hacerme recordar a mí mismo cosas que uno suele perder de vista en la vorágine alocada del día a día.

Hace un par de días, me animé a redactar un escueto borrador tras ver una entrevista mano a mano de Baby Etchecopar con Emiliano Pinsón (incluyo vídeo al final, por si fuera de interés). A pesar de dicho borrador deslavazado en una servilleta a medio usar, aún no tenía decidido si lo sugeriría como publicación. Y bueno, aquí estoy: Hoy me despertaba con la alegría de ver ganar el mundial femenino de fútbol a España para, tan solo unas horas más tarde, enterarme que el padre de Olga Carmona -la jugadora que había metido el gol clasificatorio de las semifinales antes Suecia y, también, hacer el gol del triunfo que la hacía campeona ante Inglaterra- había fallecido días antes (vaya mi sentido pésame y descanse en paz). La familia había decidido esperar hasta que el torneo diera su fin, sin saber que en ese fin se escondía el triste comienzo del triunfo. Me sentí identificado, como gaditano y andaluz, con esa madre y su familia sevillana, devolviéndome inesperadamente unas palabras de mi madre: "en la vida vas a hacer de todo, y al final harás de nada; pero hazlo. Siempre."

La vida y el destino son inexplicables. Vienen escritos con algunos borrones, tachaduras y otros tantos renglones torcidos. Mientras los primeros ofrecen una segunda oportunidad y los segundos permiten el alivio del olvido, los últimos suponen giros abruptos que te cambian el sentido de la vida reorganizando tus prioridades. Aunque siempre debió ser cierto, creo que, especialmente en un mundo tan desquiciado como el actual, es buen momento para reafirmarme en que uno debería aprender de pequeño en la escuela que la patria es el vientre y los ojos de tu madre, la ley los silencios y gestos de tu padre y las fronteras que más importan las nubes del barrio de tu infancia.

Llegado el momento, hijo, lector y amigos, es bueno saber quitarse la capa de superhéroe a tiempo. Dejar que el mundo ruede a su ritmo, siga su curso y arda a tu alrededor si ya hiciste tu parte. No debes preocuparte, todo irá bien, porque siempre hay otros bomberos tan heróicos como anónimos que vienen detrás también dispuestos a darlo todo. Te mentirán, y les creerás, pero lo cierto es que luego aprenderás que solo existe tu revolución y la mía, la del día a día, con sus trágicas y apasionadas noches.

Llegado el momento, hijo, lector y amigos, es bueno dejar de ser un superhéroe para poder apreciar lo simple de la nada misma. Sentarse ante una copa de vino y sonreir sin motivo. Mirar al horizonte y agradecerle a tus zapatos por el viaje. Llegado el momento, ya sin capa y su absurdo peso sobre tus hombros, podrás apreciar el milagro de la vida en cada amanecer y en cada fracaso. De lo contraio, irás como el mosquito directo a la luz sin haber pasado por el túnel.

Por todo ello, es bueno saber sacarse la capa a tiempo, para que no te lleve volando toda la vida, sin llegar a pisar tierra y sin poder dar los abrazos que necesitas y otros esperan. Llegado el momento, deja de vivir en círculos, no te merecerá la pena, porque no se puede ganar al tiempo:

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