Por: Antonio Moreno Ruiz
“Atlantismo” es una palabra que con el tiempo, ha adquirido una especie de halo negativo, relacionado con una suerte de “imperialismo anglosajón”. Pero lo cierto es que como dice el historiador ecuatoriano Francisco Núñez del Arco, la primera civilización occidental y atlántica fue la hispánica, la misma que según el comunicador argentino Patricio Lons, llevó la filosofía griega, el Derecho Romano y la fe de Tierra Santa. Asimismo, el abogado y escritor peruano Jeffrey Kihien subraya que no se entiende Occidente sin la Hispanidad.
En puridad, el atlantismo es de origen hispano.
La Monarquía Católica fue la que afianzó el primer atlantismo desde finales del siglo XV. La situación de las actuales España y Portugal en el extremo occidente, frente al expansionismo turco/islámico en el Mediterráneo y la hostilidad de otras potencias, fue como un empujón providencial para que el mundo cambiara para siempre. La arribada de Colón a Guanahaní en 1492 supuso un antes y un después como no ha sucedido nunca en la historia de la humanidad, pues revelado el misterio de aquel inmenso océano, por una enorme masa continental se llegaría al Pacífico que uniría hasta Asia y Oceanía, sin menospreciar que los portugueses habían llegado a los confines más orientales bordeando África.
Y así, por fin la humanidad fue consciente de las dimensiones exactas del mundo.
Tanto España como la América Hispana (incluyendo aquí a la comunidad hispana de los Estados Unidos); esto es, todos los que alguna vez formamos parte de aquella Monarquía, sin excluir a las Filipinas y Guinea Ecuatorial, tienen un gran ejemplo histórico de éxito geopolítico y económico. No porque la historia fuera perfecta o dorada; sino porque la leyenda negra nos ha deformado absolutamente el imaginario colectivo, siendo los hispanos de ambos hemisferios los más perjudicados, puesto que hemos asumido una concepción negativa, oscura y derrotista tanto de nuestra historia como de nuestro acervo cultural. Porque no hablamos de la historia de un “estado nacional español-europeo”, estamos hablando de un patrimonio histórico universal que trasciende razas y continentes y que es tanto español como argentino, peruano, mexicano, cubano y un largo etcétera.
En el siglo XVIII ya se vieron claramente todas estas conexiones y su capacidad expansiva, llegando el septentrión hispánico hasta Nutka. En este siglo, la lengua española ya se confirmó como una lengua continental americana, y así lo sigue siendo, desde los Estados Unidos a la Argentina.
Si bien políticamente estamos divididos y apocados, culturalmente tenemos un vigor envidiable. Se ve en muchas facetas cotidianas del día a día: Música, gastronomía, arquitectura, capacidad de superación, espíritu aventurero… Asimismo, los Estados Unidos están redescubriendo sus raíces hispanas, especialmente a través de ese mundo agropecuario que va desde la Andalucía atlántica y el Cantábrico hasta los confines norteamericanos, brillando especialmente en México.
El Foro de Sao Paulo se dio cuenta de esta realidad social, cultural y política y actuó en consecuencia. Y por desgracia, nos han adelantado mucho terreno.
Con todo, iniciativas como el Foro Madrid nos devuelven la esperanza. Porque necesitamos nuestra geoestrategia, nuestra geopolítica, nuestro atlantismo. Hemos de dejar de perdernos en discusiones estériles y empezar por lo que importa. Está en juego nuestra supervivencia y para ello hemos de librar una batalla cultural; porque hemos de enterarnos que no puede haber una batalla política con resultados satisfactorios sin una batalla cultural y social que la respalde. No se puede empezar la casa por el tejado.
España tendría muchas más posibilidades en Europa si tuviera mayor y mejor conexión con el Atlántico hispanoamericano. Asimismo, sería el puente de naciones de acervo compartido como Italia y Grecia, a día de hoy, muy perjudicadas por asfixiantes políticas que parten de los despachos de Bruselas. Y asimismo, la América Hispana siempre tendrá voz y voto en Europa a través de su hogar ibérico.
Cierto es que el presente no parece halagüeño; pero también es cierto que no todo está perdido y que con fe y esfuerzo, las cosas pueden cambiar.
Los hispanos necesitamos nuestro propio atlantismo y desde lo mejor de nuestra historia y de nuestra cultura, amando firmemente nuestras raíces tradicionales y familiares, tenemos mucho que decir y que hacer de cara al futuro. Con corazón y cabeza, crezcámonos ante las adversidades como lo hicieron nuestros antepasados y, como decía el poema del gran literato español José María Pemán (hoy censurado por los adeptos españoles del Foro de Sao Paulo), “sobre el azul del mar el caminar del sol”.