Por: Antonio Moreno Ruíz
Lejos de las habituales y propagandísticas acusaciones de inmovilismo, la Monarquía Hispánica del siglo XVIII trabajó una gran política de reformas con hombres adelantados a su tiempo.
Luego de las rotundas victorias de Bernardo de Gálvez (que contó con la inestimable ayuda de Luis de Unzaga) frente a los británicos en la América Septentrional, con la consecución de la independencia de las trece colonias angloamericanas, el conde de Aranda, previendo el inmediato y complicado escenario fronterizo, ideó un plan que presentó en un memorial a Carlos III que es todo un tratado de geopolítica.
El nombrado conde propuso el traslado de infantes españoles a los respectivos virreinatos americanos para que se formaran familias reales nacidas en el Nuevo Mundo con equipos propios de gobierno; lo que en tiempos de Carlos IV, Godoy llamaría “soberanía feudal”.
Mientras que Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico seguirían directamente unidas a la España europea como eje de una alianza diplomática, militar y económica que confederaría con Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata, forjando una política adecuada a los nuevos tiempos.
El ambicioso plan ideado en época de Carlos III estaba listo para la práctica en tiempos de Carlos IV; dicho rey lo iba a llevar a cabo en 1808, el desgraciado año en que Napoleón invadió la Península.
¿No recuerda a lo que hoy tiene el Reino Unido para con Australia, Canadá y Nueva Zelanda? ¿No nos suena a la Commonwealth?.
En verdad el mundo hispánico estuvo a punto de haberlo sido, pero entre guerras y revoluciones aquel magno proyecto se truncó y todavía pagamos las consecuencias.
No es hora de lamentarse ni de historia-ficción, pero sí hemos de reconocer lo mejor de nuestro pasado, porque ello nos puede ayudar a construir el futuro frente a un presente tan dificultoso.